Durante los últimos años, en los que la novela histórica continúa siendo el género preferido de los lectores, han sido varios los títulos que se han dedicado a Blas de Lezo y Olavarrieta, el gran marino de Pasajes. Durante años, Blas de Lezo, como, desgraciadamente, suele ocurrirnos con mucha frecuencia a los españoles con nuestros grandes héroes, ha permanecido olvidado y sin que se le hubiera tenido el menor reconocimiento. En este caso el olvido suponía una grave injusticia histórica, porque, en 1741, Lezo infligió a la armada británica la mayor derrota de su historia, frente a los muros de Cartagena de Indias. Don Blas tiene hoy una discreta estatua en la madrileña plaza de Colón que levantó protestas entre ciertos grupos de catalanes al serle erigida porque, decían, era tributar a un personaje que había mandado uno de los buques de la escuadra que bombardeó Barcelona durante la guerra de Sucesión. Guerra que se convirtió en contienda civil, al faltar los catalanes al compromiso cerrado con Felipe V en las Cortes celebradas en Barcelona en1701-1702, donde el primer Borbón español juró respetar los fueros y los catalanes le juraron fidelidad. Juramento al que faltaron estos cuando el 1705 se rebelaron contra Felipe V y proclamaron rey, con el nombre de Carlos III, al archiduque Carlos de Austria.
Voy a referirme a tres de esas novelas que tienen al ilustre marino como protagonista. Fernando de Artacho nos dejó una obra excelente cuando escribió “El almirante Medio hombre”, publicada por Algaida en 2015. El título escogido por el autor respondía a la forma en que sus contemporáneos llamaban a Blas de Lezo porque en diferentes combates, al servicio de su rey, había perdido una pierna, un brazo y un ojo, lo que le había convertido en cojo, manco y tuerto. Luis Mollá, ha publicado en 2018, con la editorial cordobesa Almuzara: “El almirante”. Obra que lleva por subtítulo “La odisea de Blas de Lezo. El marino español jamás derrotado”. Señala con ello que, incluso luchando en inferioridad de condiciones fue derrotado, como cuando con una fragata venció al navío de línea inglés Stanhope o como cuando avergonzó al almirante Edward Vernon ante los muros de Cartagena con tropas muy inferiores a las que se enfrentaba. La tercera de las obras, escrita por el alemán Gisbert Haefs y publicada por Ediciones B, se titula “La oreja del capitán” en alusión a la oreja que el capitán León Fandiño rebanó al pirata inglés Robert Jenkins, dando lugar a la guerra que los británicos conocen como War of Jenkins Ear y en España se denomina Guerra del Asiento. En el transcurso de ese conflicto (1739-1748) se vivió el episodio, ya señalado, del fracaso inglés ante los muros de Cartagena.
Lo ocurrido ante los muros de Cartagena fue tan bochornoso, porque en Londres se dio por conquistada la plaza y se celebraban grandes festejos cuando llegó la noticia del desastre de la Royal Navy, que el monarca británico que ocupaba el trono, Jorge II, ordenó, además de mandar recoger las monedas acuñadas con motivo de una victoria que nunca llegó, que no se hablase de aquello. Los historiadores ingleses obedecieron a su monarca. Lo llamativo del caso es que también lo hicieron los historiadores españoles. La novela histórica ha venido, en el caso de Blas de Lezo, como en muchos otros, ha venido al rescate de personajes y episodios nuestra historia.
(Publicada en ABC Córdoba el 16 de enero de 2019 en esta dirección)
El navío de línea “Stanhope” era una fragatilla mercante de 20 cañones y 40 tripulantes. Google: “threedecks,org stanhope 27584″. Desde luego, la nave de 2 puentes que aparece en los grabados y cuadros de la captura del “Stanhope” no puede ser la “Stanhope”. Y para los que quieran usar un poco el el cerebro: Lezo en 1710 tenía 21 años. Rarísimo que a esa edad te den el mando de un buque.
Con Lezo se está haciendo patrioterismo, no historia. Se le atribuyen cosas que Lezo no hizo o que no sabemos si hizo, o en las que sólo pudo participar como subordinado. La historia de las monedas conmemorativas británicas sobre la toma de Cartagena de Indias es inexacta, ya que dichas medallas nunca fueron oficiales. Y como nunca fueron oficiales, el monarca británico nunca ordenó retirarla, por la sencilla razón de que no ordenó acuñarlas. De hecho, son un objeto de coleccionismo. Los historiadores españoles nunca olvidaron nada. En “Armada española” Cesáreso Fernández Duro incluyó la versión española sobre el asedio de Cartagena y añadió un informe británico de la época. Más imparcialidad, difícil. La Armada española tampoco olvidó nada, porque siempre suele tener un buque bautizado en honor a Lezo (y otro en honor al oficial que murió defendiendo una fortificación de La Habana en 1762). Se habrá olvidado a Córdova, a Brochero , a Zubiaur, al flamenco Collart, a Pero Niño y a muchos más, pero a Lezo desde luego que no. El gran olvidado de la defensa de Cartagena de Indias durante la guerra de la oreja de Jenkins es el virrey Eslava, no Lezo.
El origen de las exageraciones modernas sobre Lezo es evidente: Colombia en general y el orgullo local de Cartagena de Indias en particular. Y así sale lo que ha salido.